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28 de marzo de 2014

#16 Enemigos de la casuística

Acababa de entrar en el mercadona con mi señora madre, cuando vimos a un conocido y nos paramos para entablar una agradable conversación. Todo hubiese sido miel sobre hojuelas de no ser porque, justo en ese instante, una octogenaria a lo Mad Max me arrolló con su carrito de compra. Y no es que me rozase el talón con esa barra de goma que llevan los carritos en las ruedas como parachoques, os juro que aquella señora se las ingenio para que las ruedas del carrito derraparan en mis gemelos.

Miré a la mujer con horror, todavía sintiendo las ruedas de aquel carrito girando en mis pantorillas. A lo que la mujer exclamo un "Uy" y se encogió de hombros, como si estuviese en un concurso de mimos, alejándose de mi con la misma sonrisa exculpatoria que pones cuando, si vas andando por la calle y te cruza con un desconocido, y intentáis esquivaros porque andáis en sentidos opuestos, los dos tiráis por el mismo lado en la acera.  Como que si su carrito derrapando en mi médula fuese fruto de la casuística. Fruto de un azar del destino, en el cual solo me podía resignar, como si aquella mujer no pudiese haber hecho otra cosa que acelerar aquellas ruedas de goma a la entrada del supermercado hasta que saliesen humo de la fricción y sólo de alguna manera hubiese podido contra su voluntad, utilizar mis peludos gemelos como zapatas de freno. Yo le sonreí de vuelta.