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2 de noviembre de 2014

#21 Chino para llevar.

Habíamos pedido chino para casa. Llamé al chino de toda la vida, con ese panfleto amarillento que tenemos todos en la casa desactualizado que tiene el precio del rollito de primavera como a 25 pesetas. Llevo tanto tiempo pidiendo en ese restaurante, que solo pido la comida, ni hace falta que diga quién soy, ni que digo a dónde me lo tienen que traer, os lo prometo. De hecho, me imagino lo que hacen en el otro extremo del teléfono cada vez que llamo,mi voz de barítono resonando mecánicamente los mismos platos con la voz plana una y otra vez, en el mismo orden, me imagino a la dueña del restaurante, llamando con gestos algún camarero, mientras se abre los ojos como platos con los dedos en pinza, imitandome como haciendo un playback racial inverso. Bueno, acabo pidiendo que me traigan soja, porque para ese restaurante es como la sangre de dodo y advierto que voy a pagar con un billete de 50 euros, porque es con la clase de calderilla con la que suelo realizar la mayoría de mis transacciones y cuelgo.

Tras una angustiosa hora de espera, y tras los primeros signos de disentería en mi organismo, suena el timbre de la puerta. La mayor tormenta dialéctica conocida por la historias de las comidas basura aguardaba. Abró la puerta, un repartidor chino inclina la cabeza, y con una amplia sonrisa me entrega dos bolsas repletas de delicias chinas, a esa altura, babeo más que mi cachorro de pastor alemán, el cual estoy agarrando por el collar para que no convierta en confeti la bolsa del pan de gambas. Cuando le entregó el billete de 50 euros, aquel repartidor abre los ojos más que cuando a mi cachorro le sacas una salchicha frankfurt del plástico del envase, se le veía confundido. Como fuera de su elemento. Así que el chino decide improvisar y volviendo a inclinar la cabeza y con una sonrisa menos amplia, me da un cambio como si le hubiese dado 20 euros en lugar de los 50 que en realidad le había dado. Cuando se envalentona para marcharse todavía titubeante, le paró, le detengo con la mano en alto y la palma extendida como cuando paraban los tanques de Tian’anmen. Le digo que no me ha dado bien el cambio, y me mira confundido, entiendo que si tuviese que hablar yo en cantones lo tendría también crudo y me saco la calculadora del móvil, le enseño el número del billete que marca 50, y marco el precio del menú 24.75,señalando también el ticket, y restando la calculadora del móvil marca  la bonita cifra de 25.25. Le señalo la cifra, y me asiente con la cabeza, benditas matemáticas lenguaje universal. Saca su cartera. y me da un total de 20 con 25. Ahora el que le miro extrañado soy yo, le digo que le faltan 5 euros, y no me entiende. Vuelvo a sacar el móvil, hago otra resta y el repartidor se ofende gravisimamente conmigo, y en ingles me dice “ I KNOW, I KNOW”, y me aturde, no me esperaba no enterdernos en tres idiomas, que espera que haga yo, vuelve a buscar en su cartera pero ahora visiblemente más molesto, como si el velcro estuviese más fuertemente pegado, con más aspavientos, o como si yo me hubiese ofuscado de alguna manera,en que me devolviesen la cantidad de dinero justa.

Para mayor dramatismo me enseña el único billete de su cartera, justificándose con un billete chino con la cifra de 20.000, como diciéndome, no eres el único que tiene billetacos amigo. Y me dice que esperé, mientras llama a la dueña por su movil y hablan acaloradamente en mandarín sobre la clase de grotesco gilipollas que soy, tras esto se marcha y como me mira con odio le cierro la puerta y me voy a pagar al chino ya que esta a la vuelta de la esquina. A la dueña se me escapa sin acritud un "que el chino no se entera de nada" y me soprendo a mi mismo vocalizando semejante vocabulario racista, me siento un poco oficial de las SS pero cuando vuelvo a casa no me han traído soja.